lunes, 25 de julio de 2011





Ayer Pirata, mi gata ciega, murió. Estuve fuera unos días y cuando volví ya no pude hacer nada. Pirata y yo, llevábamos juntas ocho años, y como madre posesiva que soy pensé que se iba a quedar conmigo para siempre.



la llevé a que la mataran. el que me atendió, me hizo recordar en un instante porqué había dejado de llevar a mis gatos a ese centro veterinario. antes de dejarme entrar a la sala donde debía firmar la autorización para su muerte me avisó de que la consulta de urgencias eran cincuenta y cinco euros y si la sacrificaban era aparte. Si el dicho si las miradas matasen fuera cierto, el sujeto en cuestión habría caído fulminado en ese preciso instante, y yo lo hubiera pisoteado con deleite. Pero no, siguió en la puerta a la espera de que yo le confirmase que llevaba suficiente dinero para acabar con el sufrimiento de mi gata. me quedé con ella, murió en un instante y yo, calladita mientras mi madre me hablaba y me hablaba para distraerme, regresé a casa y la enterré al pie de mi árbol de camelias. la quiero dejar aquí, para siempre, tomando el sol.

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