martes, 22 de junio de 2010



..."Volvíais a casa con los últimos rayos de luz por la diminuta hilera que miles de pies descalzos y encallecidos habían ido arrebatando con paciencia al bosque, tu tío hablando a tus espaldas, cargado con dos monos grandes cuya sangre se derramaba aún sobre su torso desnudo, y tú sosteniendo sobre el hombro con exagerada precaución la escopeta vacía de tu padre (tu tío no podía obtener licencia, no había sido sometido por la ley de los blancos) y venía recordando que en aquellos tiempos los caimanes se volvieron locos, salieron de los arroyos, invadieron los caminos atacando a los hombres, a las mujeres, a los niños, y la premonición se cumplió: un destacamento de tropas extranjeras estaba ocupando ya la región, y de nada sirvieron las lanzas y las ballestas envenenadas con estrofano porque ellos poseían armas, muchas armas como la que tú llevas en el hombro, y traían regalos para los jefes débiles, regalos que no servían para nada, clotes de colores, trozos de espejo, y los emborrachaban con esa bebida que quema la garganta, fíjate bien, y esos jefes débiles, firmaban la paz sin haber luchado, hijo mío, por eso la ambición es muy mala, es la peor enfermedad que puede tener un hombre. Y la decadencia de vuestra estirpe había ido decantándose a medida que las armas de los blancos exterminaban a los caimanes. Y estas historias te embelesaban, y el único que intentaba salvaguardar la memoria colectiva de tu pueblo era el tío Abeso. Revivir la esencia de vuestra casa, hollar tu espíritu aún tierno con las huellas de la cultura truncada era su misión. No encontraba ventaja alguna en la amistad con los ocupantes blancos, prefería seguir conservando intacta la fuerza mágica, misteriosa y peligrosa que le había sido conferida por el pueblo como jefe..."

Donato Ndongo. Las tinieblas de tu memoria negra. Ed. ElCobre 2009

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