domingo, 17 de julio de 2011





"Sólo se puede dejar que suene con un ruido repetitivo, algo así como una gota de agua que cae con ritmo regular en el fondo de un cubo vacío y produce la única melodía o estrépito en un imperio de silencio. Es un ruido banal al principio, pero que, a fuerza de repetirse acaba por meterse en la cabeza y por irritarte hasta el agotamiento. Y, al final, te vuelves loco.

Cuando se relatan vidas sin horizonte, como se parecen a la gota de agua estridente, acaban por meterse en la cabeza y por irritarte, y te agotan antes de volverte loco. Lo siento, no lo hago aposta; es lo que hay. La vida en sí está torcida y quiere estar torcida, irritante, enloquecedora y agotadora. La vida misma quiere que nada sea en verdad coherente". ¡Puta vida! Sami Tchak. Ed.ElCobre".





El libre albedrío, dentro de sus estrechos márgenes, a veces te da la opción simple de determinar cuándo y cómo empezar, y a veces, sólo a veces, cúando y cómo terminar. Así que para reempezar me apetece hacerlo con algo nuevo y con algo viejo-usado? que mal suena eso de un libro, mejor releído.

Lo nuevo es de Baile del Sol: "El niño" de Háy János. Recién llegado para la feria del libro de Madrid. Buenísima, absolutamente recomentable...



..."Pues así fue como se quedó embarazada la chica, iban diciendo por el pueblo, y ése había sido el motivo de aquel matrimonio, que no se había celebrado con tanta urgencia por casualidad. El nuevo niño, por así decirlo, había sido concebido en pecado, y la relación de los dos se construía sobre aquel pecado. No tiene futuro, ¿verdad?, sobre lo que se base, decían, pues la vida de esa gente no consistía en otra cosa que en encontrar cuál era la característica, la peculiaridad por las que sus vidas fueran mejores que las otras. ¿Porqué sería, por ejemplo, que hasta entonces habían sido capaces de vivir con aquella persona con la que vivían, a pesar de que nada lo justificaba, salvo que alguien tuviera la obsesión de considerar la vida como una prueba? ¿Era posible, por ejemplo, hacerlo con aquel hombre que unos años después del matrimonio engordó, se afeitaba como máximo una vez a la semana, nunca se lavaba los dientes, su aliento era como una bazofia putrefacta, y todo su cuerpo emanaba un olor a boñiga, porque después de estar con los animales por mucho que se lavara las manos, aquel olor quedaba impregnado en su piel? Y de vez en cuando aquel hombre, cuando no estaba tan borracho que ni siquiera sabía donde estaba, ni si tenía esposa, o solamente vacas, y estaba tumbado en el establo, en medio del olor de la mierda de vaca, que él, por cierto, consideraba bueno, pues cuando no estaba tan borracho, aquel hombre se subía a su esposa, y la mujer, como parte de aquella prueba de la que hemos hablado, aguantaba que el hombre, satisficiera sus necesidades, sirviéndose del cuerpo de ella. Y eso era lo que le enseñaba también a su hija, que no se preocupara, porque durante un par de años los hombres querían hacerlo muchas veces, e incluso en esos años se lo pasaba una bien, pero luego ya menos, aunque no valía la pena privarles de aquello, porque eso sólo les volvería locos."


Lo "releído"... "El hombre que se compró un automóvil" de W. Fernández Flórez. Colección Austral, que leí por primera vez en el 82 y que después he vuelto a hacerlo mil veces, en estos días una más.



..."Mi amigo me enseñó su casa con el mismo alegre orgullo que una joven puede poner en mostrar su blanca dentadura. Los principales encantos que la finca tenía eran el jardín y el corral. En aquél había una mata de pensamientos, un rosal trepador, que ya lanzaba una larga y desgadísima rama por la pared de la casita, y un árbol. Nada más; ni una brizna de hierba. Sin embargo, don Francisco movió su brazo con tan amplio ademán como si mostrase toda la extensión de Aranjuez o de San Ildefonso.

-Éste es el jardín -explicó.

-Muy bonito -alabé, deteniendo la mirada en cada hoja del árbol y en cada rama del rosal, para no agraviar al propietario con una inspección demasiado rápida.

-He aquí el mejor árbol que hay en toda la comarca -agregó.

-Ya se ve.

-Él solo vale por un bosque. Puede decirse que es un bosque.

-¡Oh, es un bosque, un verdadero bosque!... Hay bosques más pequeños.

-Los hay. En cuanto al rosal trepador, es formidable. Un rosal escalatorres. Venga usted a ver el corral. Es mi regalo. Muchas veces vuelvo a mi casa vencido por las preocupaciones, y el cuidado de mis gallinas me aísla de todos los demás. Mírelas.

En el pequeñísimo espacio que unos barrotes de madera separaban del jardín, vi dos gallinas de polvoriento plumaje, que ofrecían el mismo lamentable aspecto que si acabasen de llegar caminando desde la lejana Guinea.

-¿De qué raza son? -pregunté por decir algo.

-Nadie lo sabe -respondió don Francisco con aire satisfecho-. Nadie lo pudo decir jamás. Un amigo mío creyó una vez que eran dos patos, y otro que eran dos urracas. Sin embargo, son dos gallinas. Y no las cambiaría yo por dos avestruces. Tienen una particularidad extraordinaria. Las cáscaras de sus huevos no son como las demás, porque aquí no encuentran en sus picoteos cal que les sirva de primera materia, sino únicamente barro. Vea usted lo que es la sabia naturaleza, amigo mío. ¿Sabe usted de qué hacen las cáscaras, las pobrecillas? De ladrillo. Producen unos ladrillitos, como diminutos pucheros cerrados, y dentro están la clara y la yema. ¡Qué maravilla es la adaptación al medio!"

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