lunes, 15 de agosto de 2011



..."mi madre, ahora lo sé, soñaba con un hijo mejor que yo. Un niño perfecto, como la hermanita que murió antes de mi nacimiento. Pero yo no estaba en condiciones de luchar con ese ideal. Desde su ventana, ella contemplaba la arena revoloteando, subiendo hacia el cielo y cayendo de nuevo en forma de partículas de polvo. Mi madre deseaba una hija de cabellos negros como el luto y de rasgos suaves como los de un querubín. Tenía otros secretos, otros sueños en los que no contaba conmigo. En sus relatos no hay lugar para mí. Tampoco aparezco en el álbum de fotos de la familia.

Cuando era un bebé y lloraba en sus brazos, siempre se las componía para pasarme a otra persona: una parienta, una vecina o la criada -una muchachita marcada por el hambre, expulsada de su campamento debido a la última sequía-. Aunque yo me esforzara para atraer su atención y obtener una caricia, siempre conseguía esquivarme o empezar el juego del pasa-pasa. Si estábamos solos, mi madre se refugiaba en el sueño o improvisaba una plegaria urgente, la sexta o la séptima que le debía al Supremo y que le ofrecía allí mismo. Yo esperaba como un buen chico a que terminara su largo rezo, recostado al lado de su alfombra, con los ojos fijos en el cuerpo elástico de mi madre que se doblaba, se estiraba y se doblaba de nuevo en cada unidad -cada rakaat- de la oración. buscaba ansiosamente las palabras adecuadas para conseguir que me dirigiera tan sólo la sombra de una mirada o el esbozo de una sonrisa. Ella, lejana, recitaba sus surats y se contentaba con mirarme con los ojos en blanco al final de su plegaria. No tenía gestos ni palabras para mí. A sus ojos, yo sólo era un estorbo, un misterio que caía en lo profundo, siempre en lo más profundo".


"Pasaje de lágrimas", de Abdourahman A. Waberi, con traducción de Rosa Rosa aparece en breve en la colección África de Baile del Sol que lleva de su mano Jorge Portland.

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