domingo, 2 de septiembre de 2012

"Era lisa y esbelta como una hierba, y olorosa como una perfumería. Me senté y me incliné por encima de sus piernas, y la besé entre los muslos, allí donde la piel de las mujeres es más suave que las plumas de un pájaro. Cerró las piernas y las volvió a abrir casi al instante, y yo empecé de nuevo, un poco más arriba esta vez. Su vello rizado y brillante me acariciaba la mejilla, y, dulcemente, me puse a lamerla. Su sexo estaba húmedo y ardiente, firme bajo mi lengua y me entraron ganas de morderlo, pero me incorporé nuevamente. Lou se sentó, sobresaltada, y me cogió la cabeza para volver a colocarla donde estaba. Conseguí librarme a medias.
-No quiero -dije-. No quiero hasta que no haya podido liquidar esa historia con Jean. No puedo casarme con las dos.
Le mordisqueé los pezones. Ella continuaba aferrada a mi cabeza y mantenía los ojos cerrados.
-Jean quiere casarse conmigo -proseguí-. ¿Porqué? No lo sé. Pero si le digo que no, seguro que se las apaña para que tú y yo no podamos vernos.
Lou, callada, se arqueaba bajo mis caricias. Mi mano derecha iba y venía por sus muslos y ella se abría a cada caricia precisa.
-No veo más que una solución -concluí-. Puedo casarme con Jean y tú vienes con nosotros, y ya encontraremos la manera de vernos.
-No quiero -murmuró Lou.
Su voz sonaba desigual, y casi la habría podido utilizar como un instrumento musical. Cambiaba de entonación a cada nuevo contacto.
-No quiero que le hagas esto...
-No hay nada que me obligue a hacérselo -repliqué.
-¡Házmelo a mí! -exclamó Lou-. ¡Házmelo a mí, enseguida!
Se agitaba, y cada vez que mi mano subía se adelantaba a mi gesto. Incliné la cabeza hacia sus piernas, y volviéndola del otro lado, con la espalda hacia mí, le levanté una pierna e introduje mi cara entre sus muslos. Tomé su sexo entre mis labios. Se puso rígida de golpe y se relajó casi al instante. La lamí un poco y me retiré. Ella estaba boca abajo.
-Lou -murmuré-. No voy a hacer el amor contigo. No quiero hacerlo hasta que estemos tranquilos. Me casaré con Jean y ya nos apañaremos. Tú me ayudarás.
Se volvió de un solo impulso y me besó con una especie de furia. Sus dientes chocaron con los míos, mientras yo le acariciaba las caderas. Y luego la cogí de la cintura y la puse en pie.
-Vuleve a la cama -le dije-. Ya hemos dicho bastantes tonterías. Sé buena chica y vuelve a la cama.
Me levanté a mi vez y la besé en los ojos. Por fortuna, llevaba un calzoncillo bajo el pijama y pude conservar mi dignidad".

"Escupiré sobre vuestra tumba". Boris Vian. El País. Serie Negra

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